Las mejores frases de amor de Gabriel García Márquez

Las mejores frases de amor de Gabriel García Márquez

Gabriel García Márquez, figura esencial del realismo mágico, reflejó el amor con una singular intensidad en cada una de sus obras. Sus reflexiones, vigentes a pesar del paso de los años, siguen conmoviendo a lectores de todo el mundo y confirman la profundidad de las frases de Gabriel García Márquez sobre el amor.

A lo largo de su trayectoria literaria, su estilo inconfundible dio vida a memorables frases de amor de Gabriel García Márquez, en las que se combinan lirismo y realismo para expresar la pasión y el encanto propios de las relaciones humanas. Incluso cuando la distancia marca una separación, el amor permanece; prueba de ello son las Gabriel García Márquez frases de amor a distancia, donde se percibe el anhelo y la fuerza de un sentimiento que no se diluye con la lejanía.

En este artículo, descubrirás algunas de sus reflexiones más reconocidas. A continuación, te presentamos una selección que, sin duda, ampliará tu perspectiva sobre este poderoso vínculo y te permitirá valorar aún más su carácter transformador.

Citas de amor de Garcia Marquez

01. También el amor se aprende. Crónica de una muerte anunciada

02. Es feo y triste…Pero es todo amor. El amor en los tiempos del cólera

03. El amor se hace más grande y noble en la calamidad. El amor en los tiempos del cólera

04. Sintió que algo había envejecido también en el amor. El coronel no tiene quien le escriba

05. En los preámbulos del amor ningún error es corregible. El general en su laberinto

06. El gran poder existe en la fuerza irresistible del amor. El general en su laberinto

07. Siempre pensé que morir de amor solo era una licencia poética. Memoria de mis putas tristes

08. No sintió la conmoción del amor sino el abismo del desencanto. El amor en los tiempos del cólera

09. Siempre he creído que (…) toma más en cuenta el amor que la fe. Del amor y otros demonios

10. El sexo es el consuelo que uno tiene cuando no le alcanza el amor. Memoria de mis putas tristes

11. Pero el poder -como el amor- es de doble filo: se ejerce y se padece. Noticia de un secuestro

12. Nunca volveré a enamorarme… Es como tener dos almas al mismo tiempo. El general en su laberinto

13. Amor del alma de la cintura para arriba y amor del cuerpo de la cintura para abajo. El amor en los tiempos del cólera

14. Desde entonces quedaron vinculados por un afecto serio, pero sin el desorden del amor. Crónica de una muerte anunciada

15. Quería quedarse para siempre junto a ese cutis de lirio, junto a esos ojos de esmeralda. Cien años de soledad

16. Le enseñó lo único que tenía que aprender para el amor: que a la vida no la enseña nadie. El amor en los tiempos del cólera

17. «Hay amores cortos y hay amores largos»… Y concluyó sin misericordia: «Este fue corto». Doce cuentos peregrinos

18. El chófer me previno: cuidado, sabio, en esa casa matan. Le contesté: si es por amor no importa. Memoria de mis putas tristes

19. Ambos quedaron flotando en un universo vacío, donde la única realidad cotidiana y eterna era el amor. Cien años de soledad

20. El amor me enseñó demasiado tarde que uno se arregla para alguien, se viste y se perfuma para alguien. Memoria de mis putas tristes

21. Esa mirada casual fue el origen de un cataclismo de amor que medio siglo después aún no había terminado. El amor en los tiempos del cólera

22. Desde la primera noche de luna, ambos se hicieron trizas los corazones con un amor de principiantes feroces. El amor en los tiempos del cólera

23. (…) Pensaba que Dios le había deparado la fortuna de tener un hombre que hacía el amor como si fueran dos. Cien años de soledad

24. Se puede estar enamorado de varias personas a la vez, y de todas con el mismo dolor, sin traicionar a ninguna. El amor en los tiempos del cólera

25. El amor podía ser un sentimiento más reposado y profundo que la felicidad desaforada pero momentánea de sus noches secretas. Cien años de soledad

26. (…) La primera noche no pude soportar la envidia por mis vecinos de cuarto que hacían el amor como si fuera una guerra feliz. Vivir para contarla

27. Y fue así como en la plenitud del otoño volvió a creer en la superstición juvenil de que la pobreza era una servidumbre del amor. Cien años de soledad

28. Fue la única persona de la familia, de cualquier sexo, que no parecía tener atravesada en el corazón una pena de amor contrariado. Vivir para contarla

29. Tenía que enseñarle a pensar en el amor como un estado de gracia que no era un medio para nada, sino un origen y un fin en sí mismo. El amor en los tiempos del cólera

30. (…) A modo de disculpa le pregunté si creía en los amores a primera vista. «Claro que sí», me dijo. «Los imposibles son los otros». Doce cuentos peregrinos

31. Era por fin la vida real, con mi corazón a salvo, y condenado a morir de buen amor en la agonía feliz de cualquier día después de mis cien años. Memoria de mis putas tristes

32. De pronto sentí los dedos ansiosos que me soltaban los botones de la camisa, y sentí el olor peligroso de la bestia de amor acostada a mis espalda. Crónica de una muerte anunciada

33. El problema del matrimonio es que se acaba todas las noches después de hacer el amor, y hay que volver a reconstruirlo todas las mañanas antes del desayuno. El amor en los tiempos del cólera

34. Ella le preguntó por esos días si era verdad, como decían las canciones, que el amor lo podía todo. «Es verdad», le contestó él, «pero harás bien en no creerlo». Del amor y otros demonios

35. Le dijo que el amor era un sentimiento contra natura, que condenaba a dos desconocidos a una dependencia mezquina e insalubre, tanto más efímera cuanto más intensa. Del amor y otros demonios

36. Durante cuatro años él le reiteró su amor, y ella encontró siempre la manera de rechazarlo sin herirlo, porque aunque no conseguía quererlo ya no podía vivir sin él. Cien años de soledad

 

37. Después de desahogarme de los excesos de champaña me sorprendí a mí mismo en el espejo, indigno y feo, y me asombré de que fueran tan terribles los estragos del amor. Doce cuentos peregrinos

38. Lo único cierto era que se llevaron todo: el dinero, las brisas de diciembre, el cuchillo del pan, el trueno de las tres de la tarde, el aroma de los jazmines, el amor. Vivir para contarla

39. Habían vivido juntos lo bastante para darse cuenta de que el amor era el amor en cualquier tiempo y en cualquier parte, pero tanto más denso cuanto más cerca de la muerte. El amor en los tiempos del cólera

40. Los sobresaltos continuaban pero les dolían menos: la vida se había encargado de enseñarles que la felicidad del amor no se hizo para dormirse en ella sino para joderse juntos. Noticia de un secuestro

41. ¿Crees que ella estará de acuerdo? – Ay, mi sabio triste, está bien que estés viejo, pero no pendejo ?Dijo Rosa Cabarcas muerta de risa-. Esa pobre criatura está lela de amor por ti. Memoria de mis putas tristes

42. Intrigado con ese enigma, escarbó tan profundamente en los sentimientos de ella, que buscando el interés encontró el amor porque tratando de que ella lo quisiera terminó por quererla. Cien años de soledad

43. Sabía que iba a casarse el sábado siguiente, en una boda de estruendo, y el ser que más la amaba y había de amarla hasta siempre no tendría ni siquiera el derecho de morirse por ella. El amor en los tiempos del cólera

44. Nosotros, sin gastar un centavo, les estamos cambiando el idioma, la comida, la música, la educación, las formas de vivir, el amor. Es decir, lo más importante de la vida: la cultura. Yo no vengo a decir un discurso

45. Le dejaba papelitos de amor debajo de la almohada, en los bolsillos de la bata, en los sitios menos pensados. Eran mensajes de un apremio desgarrador capaz de estremecer a las piedras. Doce cuentos peregrinos

46. El pasado era mentira, que la memoria no tenía caminos de regreso, que toda primavera antigua era irrecuperable, y que el amor más desatinado y tenaz era de todos modos una verdad efímera. Cien años de soledad

47. Le tomé el pulso para sentirla viva. La sangre circulaba por sus venas con la fluidez de una canción que se ramificaba hasta los ámbitos más recónditos de su cuerpo y volvía al corazón purificada por el amor. Memoria de mis putas tristes

48. Esta vez fue ella quien se le rindió sin condiciones. «¿Y ahora hasta cuándo?», le preguntó él. Ella le contestó con un verso de Vinicius de Moraes: «El amor es eterno mientras dura». Dos años después, seguía siendo eterno. Doce cuentos peregrinos

49. Cuando dieron las siete en la catedral, había una estrella sola y límpida en el cielo color de rosas, un buque lanzó un adiós desconsolado, y sentí en la garganta el nudo gordiano de todos los amores que pudieron haber sido y no fueron. Memoria de mis putas tristes

50. Si la poesía no sirve para apresurarme la sangre, para abrirme de repente ventanas sobre lo misterioso, para ayudarme a descubrir el mundo, para acompañar a este desolado corazón en la soledad y en el amor, en la fiesta y en el desamor, ¿Para qué me sirve la poesía? Vivir para contarla

51.Locamente enamorados al cabo de tantos años de complicidad estéril, gozaban con el milagro de quererse tanto en la mesa como en la cama, y llegaron a ser tan felices, que todavía cuando eran dos ancianos agotados seguían retozando como conejitos y peleándose como perros. Cien años de soledad

52. Pero el examen le reveló que no tenía fiebre, ni dolor en ninguna parte, y lo único concreto que sentía era una necesidad urgente de morir. Le bastó con un interrogatorio insidioso, primero a él y después a la madre, para comprobar una vez más que los síntomas del amor son los mismos del cólera. El amor en los tiempos del cólera

53. Debemos arrojar a los océanos del tiempo una botella de náufragos siderales, para que el universo sepa de nosotros lo que no han de contar las cucarachas que nos sobrevivirán: que aquí existió un mundo donde prevaleció el sufrimiento y la injusticia, pero donde conocimos el amor y donde fuimos capaces de imaginar la felicidad. Yo no vengo a decir un discurso

54. Palabras inventadas, maltratadas o sacralizadas por la prensa, por los libros desechables, por los carteles de publicidad; habladas y cantadas por la radio, la televisión, el cine, el teléfono, los altavoces públicos; gritadas a brocha gorda en las paredes de la calle o susurradas al oído en las penumbras del amor. No: el gran derrotado es el silencio. Las cosas tienen ahora tantos nombres en tantas lenguas que ya no es fácil saber cómo se llaman en ninguna. Los idiomas se dispersan sueltos de madrina, se mezclan y confunden, disparados hacia el destino ineluctable de un lenguaje global. Yo no vengo a decir un discurso

55. Descubrí que mi obsesión de que cada cosa estuviera en su puesto, cada asunto en su tiempo, cada palabra en su estilo, no era el premio merecido de una mente en orden, sino al contrario, todo un sistema de simulación inventado por mí para ocultar el desorden de mi naturaleza. Descubrí que no soy disciplinado por virtud, sino como reacción contra mi negligencia; que parezco generoso por encubrir mi mezquindad, que me paso de prudente por mal pensado, que soy conciliador para no sucumbir a mis cóleras reprimidas, que sólo soy puntual para que no se sepa cuan poco me importa el tiempo ajeno. Descubrí, en fin, que el amor no es un estado del alma sino un signo del zodíaco. Memoria de mis putas tristes

 

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