La Divina Comedia, escrita por Dante Alighieri a principios del siglo XIV, es una de las obras más emblemáticas de la literatura universal. Este poema épico narra el viaje imaginario de Dante a través del Infierno, el Purgatorio y el Paraíso, ofreciendo una profunda reflexión sobre la condición humana, la moral y la espiritualidad. Su estructura, compuesta por cien cantos divididos en tres cánticas, refleja el simbolismo del número tres, representando la Santísima Trinidad y la perfección divina. Además, la obra está escrita en tercetos encadenados, una innovación estilística que ha influido en generaciones de escritores y poetas.
La relevancia de la Divina Comedia trasciende su época, ya que Dante logró sintetizar el conocimiento teológico, filosófico y científico de su tiempo, creando una alegoría que explora temas universales como el pecado, la redención y la búsqueda de la verdad. A través de encuentros con personajes históricos, mitológicos y contemporáneos, el autor ofrece una crítica social y política, al tiempo que invita al lector a una introspección sobre su propia vida y moralidad. Las frases de la Divina Comedia y sus citas han sido objeto de estudio y admiración, destacando por su profundidad y belleza literaria.
A continuación, te invitamos a explorar una selección de las mejores fragmentos de la Divina Comedia. Sumérgete en estas citas de «La Divina Comedia» de Dante Alighieri y descubre los mensajes y reflexiones que esta obra maestra tiene para ofrecer.
Сitas De La Divina Comedia
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Oh vosotros los que entráis, abandonad toda esperanza.
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No menos que saber, dudar me gusta más.
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Pronto se aprende a amar a un corazón gentil.
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A quien mucho se le da, mucho se espera de él.
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No hay mayor dolor que acordarse de los tiempos felices en la desgracia.
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Siempre la confusión de las personas principio fue del mal de la ciudad.
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Yo no me opongo, pues, siempre que un pedido es razonable, actuando se responde, y sin rezongos.
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A mitad del camino de la vida, en una selva oscura me encontraba porque mi ruta había extraviado.
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Considerar cuál es vuestra progenie: hechos no estáis a vivir como brutos, mas para conseguir virtud y ciencia.
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Mira cómo hizo pecho de su espalda: pues mucho quiso ver hacia adelante, mira hacia atrás y marcha reculando.
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Conocerás por experiencia lo salado del pan ajeno, y cuán triste es subir y bajar las escaleras en un piso ajeno.
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Al cansancio guerra que dar tienes con el alma, que siempre es vencedora, que el cuerpo no lo hará que la contiene.
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¡Oh, insensatos afanes de los mortales! ¡Qué débiles son las razones que nos inducen a no levantar nuestro vuelo de la tierra!
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Más ¿Quién eres tú que sientas cátedra para juzgar desde lejos a mil millas con la vista de un palmo corta?
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Vuestra fama es como la flor, que tan pronto brota, muere, y la marchita el mismo sol que la hizo nacer de la tierra ingrata.
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Se sabe cuán poco dura en la mujer la ardiente llama del amor, cuando la mirada y la mano, no son capaces de avivarla de continuo.
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Abre la mente a lo que te manifiesto y aférralo adentro; que no se hace ciencia, sin retención de lo que se ha entendido.
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El hombre debe, siempre que pueda, cerrar sus labios antes de decir una verdad, que tenga visos de mentira; porque se expone a avergonzarse sin tener culpa.
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Nuestros pies no se habían aún movido cuando noté que la pared aquella, que no daba derecho de subida, era de mármol blanco y adornado con relieves, que no ya a Policleto, a la naturaleza vencerían.
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Rompió el profundo sueño de mi mente un gran trueno, de modo que cual hombre que a la fuerza despierta, me repuse; la vista recobrada volví en torno ya puesto en pie, mirando fijamente, pues quería saber en dónde estaba.
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El día se marchaba, el aire oscuro a los seres que habitan en la tierra quitaba sus fatigas; y yo sólo me disponía a sostener la guerra, contra el camino y contra el sufrimiento que sin errar evocará mi mente.
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Por mí se va hasta la ciudad doliente, por mí se va al eterno sufrimiento, por mí se va a la gente condenada. La justicia movió a mi alto arquitecto. Hízome la divina potestad, el saber sumo y el amor primero. Antes de mí no fue cosa creada sino lo eterno y duro eternamente. Dejad, los que aquí entráis, toda esperanza.
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Si otras cosas os grita la codicia, ¡Sed hombres, y no ovejas insensatas, para que no se burlen los judíos! ¡No hagáis como el cordero que abandona la leche de su madre, y por simpleza, consigo mismo a su placer combate! Así me habló Beatriz tal como escribo; luego se dirigió toda anhelante a aquella parte en que el mundo más brilla.
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El buen maestro comenzó a decirme: «Fíjate en ése con la espada en mano, que como el jefe va delante de ellos: Es Homero, el mayor de los poetas; el satírico Horacio luego viene; tercero, Ovidio; y último, Lucano. Y aunque a todos igual que a mí les cuadra el nombre que sonó en aquella voz, me hacen honor, y con esto hacen bien».
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El mundo sensible nos enseña que las vueltas son tanto más veloces, cuanto del centro se hallan más lejanas. Por lo cual, si debiera terminarse mi desear en este templo angélico que sólo amor y luz lo delimitan, aún debiera escuchar cómo el ejemplo y su copia no marchan de igual modo, que en vano por mí mismo pienso en ello.
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Ahora es preciso que te despereces -dijo el maestro-, pues que andando en plumas no se consigue fama, ni entre colchas; el que la vida sin ella malgasta tal vestigio en la tierra de sí deja, cual humo en aire o en agua la espuma. Así que arriba: vence la pereza con ánimo que vence cualquier lucha, si con el cuerpo grave no lo impide. Hay que subir una escala aún más larga; haber huido de éstos no es bastante: si me entiendes, procura que te sirva.
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«Aquí es preciso usar de la destreza -dijo mi guía- y que nos acerquemos aquí y allá del lado que se aparta». Y esto nos hizo retardar el paso, tanto que antes el resto de la luna volvió a su lecho para cobijarse, que aquel desfiladero abandonásemos; mas al estar ya libres y a lo abierto, donde el monte hacia atrás se replegaba, cansado yo, y los dos sobre la ruta inciertos, nos paramos en un sitio más solo que un camino en el desierto.
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Sacó la sombra del padre primero, y las de Abel, su hijo, y de Noé, del legista Moisés, el obediente; del patriarca Abraham, del rey David, a Israel con sus hijos y su padre